Después de que el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sufriera una dura derrota en el referendo del domingo 2 de octubre, los colombianos se preguntaban qué ocurrirá ahora en un país golpeado por la guerra, que al igual que Gran Bretaña tras su referendo sobre el Brexit no tiene un “plan B” para salvar un acuerdo que pretendía poner fin a medio siglo de violencia.
El efecto de la votación aún estaba por asimilarse. En lugar de ganar por el margen de dos contra uno que habían anunciado las encuestas, los partidarios del acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia perdieron por un estrecho margen, con un 49.8 por ciento de los votos frente al 50.2 por ciento de los que se oponían al acuerdo.
Tanto el presidente, Juan Manuel Santos, como los líderes de las FARC, que alcanzaron el pacto tras cuatro años de difíciles negociaciones, prometieron seguir trabajando, sin dar indicios de que quieran retomar una guerra en la que ya murieron 220 mil personas y 8 millones se vieron desplazadas.
“No me rendiré, seguiré buscando la paz hasta el último minuto de mi mandato”, dijo Santos en un mensaje televisado en el que pidió calma.

Pero no estaba claro cómo puede el presidente, que ya es impopular, salvar el acuerdo tras la gran derrota política que ha sufrido. Por ahora ha ordenado a sus negociadores que regresen el lunes a Cuba para reunirse con los líderes de la guerrilla, que recibieron con incredulidad los resultados tras encargar bebidas y puros de celebración en el Club Habana, uno de los clubes de playa más exclusivos de la isla.
“Las FARC-EP lamentan profundamente que el poder destructivo de los que siembran odio y rencor hayan influido en la opinión de la población colombiana”, indicó a periodistas el máximo comandante de las FARC, conocido como Timochenko.
La derrota del gobierno fue aún más llamativa dado el enorme apoyo internacional al acuerdo, que presentaron como un modelo para un mundo sumido en la violencia política y el terrorismo.
Muchos jefes de gobierno, el secretario de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, estaban presentes cuando Santos y Timochenko firmaron el pacto hace menos de una semana en una elaborada ceremonia llena de emoción.
Ante la incertidumbre, todos los ojos están sobre el antiguo jefe y principal rival de Santos: Álvaro Uribe, el poderoso ex-presidente que lideró la campaña de bases contra el acuerdo. Sin la potencia de relaciones públicas del gobierno, un airado Uribe dio voz a millones de colombianos, muchos de ellos víctimas de las FARC como él, indignados por los términos de un acuerdo de 297 páginas que permitía a los líderes rebeldes evitar el paso por prisión si confesaban sus crímenes y les reservaba 10 escaños en el congreso.
Tras conocer los resultados, Uribe pidió “un gran pacto nacional” e insistió en “correctivos” que garanticen el respeto a la constitución, el respeto a la empresa privada y justicia sin impunidad. En declaraciones preparadas desde su rancho a las afueras de Medellín, no concretó si trabajaría con Santos para intentar salvar el acuerdo y reiteró sus ataques contra las FARC, a las que exigió que pongan fin al tráfico de drogas y la extorsión.
“Todo lo que tenían esos acuerdos era impunidades”, dijo Ricardo Bernal, de 60 años, que celebraba la victoria del “no” en un barrio de Bogotá donde se reunieron los contrarios al acuerdo. “Todos queremos la paz, pero con reajustes”.

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En otra parte de la ciudad, cientos de partidarios del acuerdo de paz que se habían reunido en el salón de un hotel para lo que esperaban fuera una fiesta de victoria con Santos lloraban con desesperanza.
Es improbable que los 7.000 combatientes de la guerrilla regresen próximamente al campo de batalla. Por ahora, el alto el fuego sigue en vigor.
Una opción para el gobierno sería reabrir las negociaciones, algo que Santos había descartado antes y que su negociador jefe describió como “catastrófico”. El presidente, al que le quedan poco menos de dos años de mandato, también podría intentar ratificar el acuerdo en el congreso o convocando una convención constitucional, algo que tanto las FARC como Uribe habían visto con buenos ojos.
“Siempre he creído en el sabio consejo chino de buscar oportunidades en cualquier situación. Y aquí tenemos una oportunidad que se nos abre, con la nueva realidad política que se manifestó a través del plebiscito”, indicó Santos el domingo antes de bajar las escaleras del palacio presidencial para dirigirse a un pequeño grupo de partidarios, algunos de los cuales agitaban banderas blancas en gesto de paz.
Reunir a Santos y Uribe podría ser más difícil que conseguir la paz con las FARC. Santos fue ministro de Defensa de Uribe, cuando trabajaron juntos para llevar a las FARC hasta el borde de la jungla, pero hace años que no hablan directamente y han cruzado insultos con frecuencia.
Uno de los motivos para la inesperada derrota fue la baja participación, ya que sólo el 37% del electorado se molestó en votar. Algunos analistas interpretaron el dato como otro indicio de que el ambicioso acuerdo no había despertado mucho entusiasmo entre los colombianos. Las fuertes lluvias del huracán Matthew afectaron especialmente a la participación en la costa caribeña, donde la maquinaria electoral del gobierno es más fuerte y el “sí” ganó por un cómodo margen de dos dígitos.
La campaña expuso profundas diferencias en la sociedad colombiana, dividiendo a muchas familias y dejando claro que la senda a la reconciliación sería dura y tortuosa incluso si se hubiera aprobado el acuerdo. La inmensa mayoría de los colombianos detestan a las FARC, consideradas como grupo terrorista por Estados Unidos, y muchos vieron el pacto como un insulto a las víctimas del largo conflicto.
“Al final, el odio hacia las FARC ganó sobre la esperanza por el futuro”, dijo Jason Marczack, experto en América Latina del Atlantic Council de Washington.

Fuente: El Debate