Alejandro Santana/ El Telégrafo
Ser piloto aviador era su sueño, ver las nubes de cerca la experiencia que quería vivir, y aunque tal vez no lo pudo lograr, hoy disfruta la etapa más hermosa ¡ser padre!.
Abraham Rocha es un hombre originario de Ciudad Madero, Tamaulipas, pero criado desde recién nacido en el municipio de Cadereyta, lugar donde creció y comenzó sus sueños, pero en el que un terrible accidente le hizo cambiar sus planes.
A la edad de 16 años, Abraham salió de paseo al rio “Las Trancas”, sin imaginar que un juego con sus primos, le daría un giro a su vida.
“Se me hizo fácil, me eche un clavado, el agua iba revuelta y no sabíamos si estaba hondo, si había piedras, yo nada más me quede en short y me avente”, explicó.
Este accidente provocó la rotura de su cuello y cervical, pero aún así, no perdió nunca el conocimiento, pues recuerda que guardó la respiración porque sabía que estaba bajo el agua, hasta que llegó un momento donde la misma corriente del cauce lo volteó, entonces soltó el aire para respirar, en ese momento su primo, quien lo acompañaba, lo sacó del río para trasladarlo de urgencias al Hospital de Pemex.
Recorrió clínicas de Reynosa y Ciudad de México, donde le practicaron diferentes cirugías para después, ser trasladado a un Hospital en Houston para casos especiales, recurriendo a diversas cirugías.
Hoy, a sus 37 años, Abraham es un hombre que ha salido adelante con el apoyo de sus padres y junto al pequeño Sadrach, su hijo, quien tras un año de matrimonio vino al mundo.
Desde muy temprana hora, Abraham se levanta de su cama para comenzar a las 6:00 de la mañana con su rutina diaria, que inicia con ayudar a su hijo de 11 años y quien actualmente estudia sexto grado de primaria, a arreglarse para ir a la escuela, acompañarlo hasta la puerta de entrada, un camino que aunque consta de cinco minutos, el tiempo se convierte en horas por el simple hecho de que a su lado camina su pequeña semilla, su gran retoño, Sadrach, que sin duda, la ternura e inocencia de sus ojos refleja el gran amor que éste le tiene a su padre.
A las 10:30, Abraham lleva el lonche a Sadrach, y a las 12:30 horas está en la puerta de la escuela esperando a que su hijo salga para que como es de todos los días, regresen a casa para que juntos realicen la tarea.
Abraham comenta que estas labores son lo que más disfruta hacer, pues además cuenta con la dicha de que la mayor parte del día lo puede compartir con su hijo; ya que ser padre es la bendición más grande que pueda haber.
“La bendición más grande que puedo tener es el ser padre. Dios nos da la oportunidad de poder guiarlo, orientarlo, que se vaya por un buen camino”, expresó.
El jimenense aseguró que aunque ha pasado por situaciones diversas como el divorcio después de tres años de matrimonio y hoy presentar una capacidad diferente, no lo límitan a querer aprovechar cada segundo con su hijo, quien cada día lo sorprende.
“Yo estaba aquí, estaba solo, él tenía 3 o 4 años (Sadrach), yo estaba en la computadora y él estaba enjugando, y llega conmigo y empezaba a hablar, y me dice: ¡mira papá!, y traía un pedazo de queso en la mano y otro comiéndoselo, pero yo me quede sorprendido porque le dije: ¿de dónde lo agarraste?, del refri me dice, y le digo: ¿cómo lo agarraste, cómo lo abriste? , me quito de la computadora y veo que esta un mecate amarrado a la puerta para abrir el refrigerador, entonces yo le digo: haber, enséñame como lo abriste, y el nada más jala el mecate y abre la puerta”, comparte con alegría los recuerdos de su hijo.
En la vida siempre habrá dificultades, pero ninguna de ellas es insuperable.