Agencia/El Nacional
Los edificios que se convertirán a partir del 20 de julio en las embajadas de Estados Unidos y de Cuba fueron testigos en las últimas décadas del enfrentamiento entre los dos países, cada uno con sus historias de desafíos y provocaciones.
Situada en línea recta con la Casa Blanca, la casona neoclásica en piedra caliza que alberga la Oficina de Intereses de Cuba en Washington apenas llama la atención, explicó AFP.
Sin banderas, ni policías ni pancartas con consignas, solo al acercarse a la reja ubicada sobre la acera una pequeña placa revela el carácter del soberbio edificio casi centenario de tres pisos de altura.
En contraste, en La Habana es difícil pasar de largo sin notar la oficina estadounidense conocida como SINA, un imponente bloque de hormigón y ventanales de seis pisos que domina la famosa costanera del Malecón habanero, vigilado por rigurosos policías cubanos.
Aun limitada solo a operaciones consulares y promoción de derechos humanos, la SINA tiene 360 empleados, mientras que la representación cubana cuenta con solo siete diplomáticos y un puñado más de trabajadores.
Pero esa configuración deberá cambiar a partir del 20 de julio cuando los edificios reabran formalmente como embajadas, enterrando el último capítulo de la Guerra Fría en el continente.
Estados Unidos y Cuba cortaron relaciones en 1961 y los edificios quedaron cerrados hasta 1977, cuando reabrieron bajo la forma de Sección de Intereses tras un acuerdo entre los presidentes Jimmy Carter y Fidel Castro.
Desde entonces, la SINA, a metros del Estrecho de Florida, fue considerada por largo tiempo por las autoridades cubanas como la punta de lanza de la subversión y las conspiraciones orquestadas por Washington.