A las 17:17 h del 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II acaba de devolver una niña a sus padres, después de haberla abrazado y bendecido durante la audiencia del miércoles, cuando algunos disparos resonaron en la columnata de Bernini y el papa cayó herido. Han pasado 40 años del evento más dramático que se ha producido en el Vaticano y del que aún se sabe muy poco.
Son numerosos los documentales, libros y testimonios que han reconstruido aquellos dramáticos momentos, las investigaciones, la “milagrosa” salvación del pontífice y el perdón del papa al turco Alì Agca, terrorista supuestamente militante del grupo de extrema derecha “Lobos grises“, autor de los dos disparos, pero sin una razón clara.
En el libro publicado en marzo pasado “Il papa doveva morire” (El papa tenía que morir) del periodista Antonio Preziosi aparecen detalles poco conocidos o incluso inéditos relacionados con ese día en el que el mundo se detuvo en espera de conocer la salud del papa que sobrevivió después de casi seis horas de operación.
Preziosi desvela que pocos segundos después del atentado, cuando Juan Pablo II cayó herido por dos balas, susurró a su histórico secretario y ahora cardenal, el polaco Stanislaw Dziwisz: “Hicieron como en Bachelet”, recordando el asesinato del vicepresidente del Consejo Superior de la Magistratura italiana asesinado por las Brigadas Rojas en 1980.
El autor, que ha recogido numerosos testimonios, cuenta el increíble traslado en ambulancia, sin escolta, por las congestionadas carreteras de Roma hasta el policlínico Gemelli, que incluso se equivocó de camino y evitó por poco un accidente que habría retrasado aún más la llegada al hospital. A su entrada, el quirófano destinado a las emergencias estaba cerrado, no se encontraba la llave, y tuvo que ser abierto a golpes.
El jefe del equipo médico del Gemelli, Francesco Crucitti, siempre confesó su asombro ante la “extraña trayectoria” de una de las balas que había recorrido en “zig zag” el abdomen del pontífice, saliendo de la pelvis, pero sin tocar ningún órgano importante.
“La bala entró a la altura del ombligo, por el lado izquierdo, perforó el colón y el intestino delgado en cinco lugares, pero cambió su trayectoria frente a la aorta central. Si la hubiera tocado, el papa habría muerto instantáneamente. Además, la bala atravesó la columna, evitando los principales centros nerviosos por muy poco, si los hubieran dañado, se habría quedado paralizado“, constató Crucitti.
Incluso el 27 de diciembre de 1983, cuando Juan Pablo II visitó a Agca en la prisión de Rebibbia para mostrarle públicamente su perdón, el turco preguntó al papa polaco: “¿Cómo lo hiciste?. ¿Cómo te las arreglaste para salvarte?”.
El pontífice polaco siempre estuvo convencido de que había sido salvado por una intervención directa de Nuestra Señora de Fátima, cuya aparición se celebra justo el 13 de mayo y que su salvación fue el cumplimiento del Tercer Secreto. “Una mano disparó, otra mano desvió la bala“, aseguraba Wojtyla.
En cuanto a los motivos del atentado, Wojtyla nunca mostró interés por saber quién fue el que dio la orden de cometer el atentado y lo definió, conversando con el ilustre periodista italiano Indro Montanelli, como “un barullo” con todas sus reconstrucciones, admisiones y desmentidos.
Diferentes investigaciones apuntaron que, detrás del atentado estuvo el servicio de espionaje militar de la extinta Unión Soviética (URSS) y los servicios secretos de la Alemania del Este y de Bulgaria, la llamada “pista búlgara”, pero Agca llegó a asegurar que tras su gesto se encontraba Irán o el mismo Vaticano.
Mientras Ali Agca disparaba al papa, había dos monjas a su lado. La primera era la hermana Letizia Giudici, quien bloqueó al terrorista turco entregándolo a la policía y salvándolo del linchamiento de la multitud. La otra, según se cuenta en varias investigaciones, fue quien en el último momento bajó la mano del terrorista y desvió la trayectoria de la bala, que a tres metros de distancia habría sido mortal.
Pero esta supuesta segunda monja nunca ha sido encontrada. Giudici explica en el libro de Preziosi que no fue ella quien bajó el brazo porque estaba convencida “de que este señor estaba tomando fotos”.