Redacción/El Nacional
En junio de este año, la Agencia Alimentaria de Estados Unidos (FDA) anunciaba que prohibía las grasas artificiales “trans”, a las que considera una amenaza para la salud pública. La industria alimentaria utiliza las grasas “trans” porque mejoran el sabor, textura y aspecto de alimentos, como se puede ver en la bollería industrial. Son, sin embargo, las responsables del colesterol “malo”.
EE UU las prohíbe, ¿y Europa? La últimamente convulsa y malavenida Europa no cuenta siquiera con una legislación específica sobre este tema. Únicamente existe una directiva que limita la cantidad de ácidos grasos trans en preparados para lactantes y de continuación (no pudiendo superar el 3% de contenido graso total): Sólo Dinamarca, Austria, Suiza e Islandia han establecido un marco legal que obliga a la industria a limitar la cantidad de grasa trans utilizada en productos alimentarios, no pudiendo superar el 2%.
Salvo estas excepciones, no existe ninguna otra regulación europea vigente, ni siquiera la obligatoriedad de mostrar en el etiquetado del producto la cantidad de grasas trans que contiene el mismo, y es que éstas quedan integradas dentro del porcentaje de grasas saturadas.
Es la Fundación Española del Corazón (FEC) quien advierte esta circunstancia y quiere recuerda que, en 2011 y a través de la European Heart Network, se solicitó a la Comisión Europea una regulación en este sentido. Leandro Plaza, presidente de la FEC, explica que “el pasado diciembre, debería haberse hecho público un informe sobre la presencia de las grasas trans en los productos alimentarios de la Unión Europea. Este documento serviría para determinar qué legislación es necesaria a nivel europeo pero, desafortunadamente, este informe aún no se ha presentado”.
En una primera fase, la industria debería estar obligada, no solo a reflejar en la etiqueta la cantidad de grasas saturadas que contiene el alimento en cuestión, sino también a indicar el porcentaje de grasas trans del mismo –dice Plaza–. De esta manera, el consumidor estaría más informado y podría escoger con más libertad qué alimento quiere consumir”. En opinión de la FEC, “este debería ser solo el primer paso para que, de manera progresiva, se vaya reduciendo la cantidad de grasas trans hasta eliminarlas por completo”.
Las grasas trans son de origen vegetal, pero están transformadas: mediante un proceso de hidrogenación pasan de un estado líquido a sólido, logrando así mejorar el sabor, la textura y la durabilidad de los alimentos cocinados o elaborados con ellas. Es por ello que son muy útiles para la industria alimentaria. Sin embargo, se ha demostrado en diversas ocasiones que son las peores grasas para la salud cardiovascular ya que aumentan los niveles de colesterol malo (LDL) y triglicéridos, y disminuyen los niveles de colesterol bueno (HDL). “Con el paso del tiempo se ha demostrado que son tanto o más peligrosas que la grasa saturada de origen animal”, comenta Leandro Plaza. El consumo de 5 gramos diarios de grasa trans puede llegar a aumentar en un 23% el riesgo de sufrir enfermedad cardiaca coronaria. Según la FEC, la reducción de un 1% del consumo de las grasas trans supondría grandes beneficios: disminuiría entre un 2-3% la enfermedad cardiovascular y su principal complicación, es decir, el número de infartos.