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Redacción /El Nacional

En una sociedad libre como la nuestra no es fácil imaginar una procesión en la que se exhiba un enorme falo, como sí ocurría en las fiestas dionisiacas cinco siglos antes de Cristo. De esa manera le rendían tributo al Dios griego del vino, la locura y el éxtasis.

 

En esas fiestas nació la comedia griega, en la que Aristófanes se consolida como el maestro del erotismo antiguo. En Los acarnios, el dramaturgo muestra el momento en que un ateniense asiste a las dionisiacas con su mujer y su hija. Aquí va la orden que les da a sus esclavos: “Vosotros dos, procurad mantener el falo recto detrás de la canéfora. Yo marcharé detrás entonando el himno fálico”.

 

Y en un acto que ruborizaría al más libre de los hombres modernos dice: “Ayay, qué sabroso sabe, oh dulce y potente Falo, sorprender en la carrera a una linda leñadora…”.

 

Años después llegó Lisístrata, una obra que cuenta la historia de una mujer, más sabia que todos los sabios, con plena conciencia del poder de su género, que convence a las mujeres de Grecia para buscar la paz y alejar a los hijos de la guerra cerrando las piernas para la pasión.

 

El convencimiento de Lisístrata para que se sumen a la causa es un fragmento magistral del erotismo. “Si el dulce Eros y Afrodita infiltran en nuestros senos y en nuestras caderas un atractivo ardor y ellos, sin sus caricias, andan con bastones duros por delante, segura estoy que nos han de llamar justamente los griegos: las que acaban con la guerra. (…) Las mujeres, si queremos que los hombres hagan la paz, tenemos que hacer una huelga. Tenemos que hacer ayuno del palito”.

Ya congregadas en una asamblea de mujeres, surge el juramento que deben repetir en su totalidad, una a una.

 

Al final, los guerreros terminan apaciguando su afán por la guerra con tal de salvar la pasión en la cama de sus amadas. Lisístrata, primera obra maestra del erotismo antiguo, es una demostración del poder femenino, de la capacidad de la mujer para gobernar al hombre, para contrarrestar su ambición patrística por el poder y su mezquindad cuando se trata de ejercer el dominio sobre los otros. La literatura erótica abrió sus puertas.