Redacción/ El Nacional
Cinco de agosto de 1962 en California -Estados Unidos-. Madrugada. Era un día rutinario en la empresa de Allan Abbott y Ron Hast. Al menos, hasta recibieron una llamada de la comisaría «West Los Ángeles». Al otro lado del teléfono, el sargento Jack Clemmons les informó de que Norma Jeane Mortenson (más conocida como Marilyn Monroe) acababa de dejar este mundo por una sobredosis de Nembutal. Según les dijeron, era un suicidio.
Una trágica autopsia
Debido a las tremendas implicaciones que tenía esta muerte, llevó mucho más tiempo practicar su autopsia. El doctor Thomas Noguchi (el encargado de hacerla por su cualificación) tardó tres veces más de lo normal. La oficina del forense me indicó que había sido extremadamente cuidadoso. Buscó marcas de agujas hipodérmicas en el cuerpo, que descubrió en su axila (una zona de uso común en las estrellas de cine femeninas), y siguió buscando en su nariz, pies, lengua y genitales, pero no halló nada, explica Abbott (pues estaba presente en la sala) en su obra.
Tras esta primera impresión, los presentes pudieron observar el aspecto absolutamente desmejorado de Monroe, quien aparentaba muchos más años que los que tenía. «No nos creímos que fuese su cuerpo. Parecía una mujer normal muy envejecida. Su pelo o había sido teñido desde hacía tiempo, no se había afeitado las piernas al menos en una semana, sus labios estaban muy agrietados y necesitaba una manicura y una pedicura», añade el escritor.
A su vez, se percataron de que tenía una extraña hinchazón en el cuello que intentaron paliar para el funeral con una incisión que eliminaría parte de su piel. Según dice, fue muy eficaz. Posteriormente, solicitaron a sus familiares que les trajeran ropa interior (pues Monroe no llevaba al momento de morir). Fue en ese momento, en el que les llevaron sus efectos personales a los «expertos», cuando se percataron de que la actriz usaba dos pechos falsos («mucho más pequeños que los que había visto hasta ese momento») que se ponía sobre los suyos para realzarlos.
Al parecer, los presentes vieron tan desmejorada a la fallecida (la cual tenía unos pechos considerablemente menos voluminosos que lo que creía la sociedad hasta entonces) que optaron por rellenarle el sujetador con tiras de algodón. «Ahora si se parece a Marilyn Monroe», exclamó uno de ellos. A su vez, también corroboraron que llevaba una dentadura «falsa». No importó, pues, en sus palabras, hicieron un gran trabajo y la dejaron como si estuviera a punto de actuar. Sin embargo, era su última función.