El coronavirus nos ha cambiado para siempre. A todos. De todas las formas posibles.
La forma en que nos saludamos, la forma en que nos protegemos, la manera en que nos comportamos, la forma en que convivimos y hasta las formas en que celebramos y oramos.
El mundo probablemente nunca será igual a como lo conocemos hoy: cambiarán las costumbres, la forma en que nos tratemos, nuestras formas de higiene y sanidad… Pero lejos de estar en una sin salida, la pandemia nos está dando lecciones inolvidables.
Capacidad de adaptación
«Tenemos que adaptarnos al cambio». Cuántas veces hemos escuchado esta frase en libros, películas, charlas motivacionales, de parte de nuestros familiares, colegas y amigos…
El argumento es que nuestra especie es una que desde el comienzo de su existencia se ha adoptado a distintos entornos para sobrevivir. Y ciertamente lo ha logrado. Algo que suena relativamente fácil de entender, mas no de vivir.
En este punto, el problema no es la adaptación como tal, sino la manera como nos adaptamos. En especial cuando las cosas se ponen difíciles.
Si nos dijeran que vamos a cobrar US$ 5.000 más al año y que vamos a tener más días de vacaciones, probablemente no nos costaría demasiado adaptarnos. Pero si la noticia es que tendremos una semana menos de descanso y un recorte de US$ 5.000 en ingresos, seguramente nos costaría adaptarnos mucho más.
Ni qué decir ante una sentencia fulminante como: «¡Estás despedido!».
Esa es la realidad que están viviendo millones alrededor del mundo como consecuencia de la pandemia de coronavirus. ¿Alguien puede asimilar de un día para otro que es un desempleado, y sin embargo debe seguir pagando su renta, tarjetas de crédito y demás obligaciones?
La diferencia está en cómo enfrentamos la situación. Y algo que puede ayudarnos aquí es dejar de lado el papel de víctimas y convertirnos en protagonistas. Entender que no somos los únicos en una mala posición puede inspirarnos a actuar rápido para adaptarnos al cambio y encontrar soluciones.
Suena fácil decirlo, pero no vivirlo. Pero la otra opción es lamentarse y no hacer nada.
Equilibrio emocional
No es fácil aprender a convivir bajo la presión que representan el distanciamiento social y las cuarentenas impuestas como métodos para contener la pandemia y salvaguardar nuestras vidas.
Los hijos en casa, las mascotas en casa, el gimnasio en casa, el trabajo también en casa… todo en casa. Muchos no estamos acostumbrados a esta realidad, ni siquiera los anhelados fines de semana, que más allá del descanso, representan una proliferación de actos sociales, eventos deportivos y días de compra.
Por ahora eso terminó. Y en cambio hay que atenderlo todo en un mismo lugar: la casa. No por un día ni por una semana. Probablemente durante meses. ¿Cómo encontrar un equilibrio emocional en medio de esta situación?
Debemos aprender a manejar las emociones. Es un reto diario, que no significa reprimirse sino mostrarse flexible ante las situaciones complejas. Ayuda en este punto dialogar, sin querer imponer nuestros criterios a los demás, establecer consensos para resolver las peleas y tensiones y disfrutar plenamente de los momentos que lo ameritan.
Por estos días escuchamos muchos consejos de toda clase de expertos que nos invitan a reflexionar y conocernos a nosotros mismos, conectarnos con la naturaleza, proponernos objetivos, focalizar la atención, hacer ejercicio, practicar la gratitud y hasta descubrir hobbies… Todo eso está bien. Pero todo esto requiere voluntad.
Y la voluntad es querer. Querer hacer las cosas que nos hacen bien.
Disfrutar el día a día
¿Cuántos de nosotros imaginaron una realidad como la que estamos viviendo hoy? ¿Quiénes estaban realmente preparados para afrontar la pandemia de coronavirus?
Estas preguntan me llevan a reflexionar sobre la vida que hemos estado viviendo: un día a día lleno de apariencias en un mundo acelerado y ambicioso en el que pocas cosas parecían más importantes que el dinero y el poder.
De repente, hoy vemos ese mundo casi paralizado y hasta la carrera por encontrar una vacuna pareciera ir en cámara lenta. E independiente de nuestra raza, título, sexo o religión nunca antes hemos lucido todos tan iguales y vulnerables frente a la posibilidad de morir.
Lo que cuenta hoy es vivir confinados, un día a la vez, esperando que se cumpla el tiempo estimado para volver a la normalidad, que de cualquier forma será distinta a como la hemos conocido.
Aquí resulta esencial tener buena actitud. Si bien cada día trae su propio afán, como reza el adagio popular, la forma en que afrontemos esos afanes puede ayudarnos a superarlos y vivir días mejores.
Ayuda mucho tener un plan de vida. Ilusionarse con la vida ordinaria, disfrutar lo vital, lo básico, entendiendo que cada día puede ser más llevadero si establecemos normas o pautas que nos ayuden a ejercitar la aceptación, la paciencia, la tolerancia y la comprensión: con nosotros mismos y con los demás. Son virtudes que requieren disciplina y dedicación, pero que resultan susceptibles de desarrollar.
¡Sí se puede!
Ser consecuentes
No podemos ser buenos profesionales y malos educadores. No podemos ser buenos hijos y malos hermanos. Tampoco es coherente que seamos los mejores amigos y los peores padres o esposos.
Hay que ser consecuentes. Nuestro comportamiento en el trabajo, la familia y las relaciones sociales debe ser única e igual. No debemos llevar dobles vidas. Y ese es uno de los mayores retos durante el confinamiento obligatorio que estamos viviendo como consecuencia de la propagación del nuevo coronavirus.
La unidad de vida nos exige ser consecuentes con lo que decimos y hacemos. No podemos pregonar lo que no practicamos ni exigir lo que no damos. Es necesario despojarse de las caretas y ver hacia adentro para reconocerse, con el propósito de corregir los propios errores y ser mejores en todos los espacios, actividades y en los roles que desempeñamos.
La comunicación es esencial para lograr esa coherencia, esa unidad de vida. Quizá nunca antes tuvimos como hoy tanto tiempo para hablar unos con otros, ya sea en nuestros hogares o través de las plataformas digitales. Si empezamos por admitir nuestras falencias y resaltar las virtudes de los demás, entonces quizá podamos establecer un diálogo sincero y respetuoso que ayude a restaurar o mejorar las relaciones con todos aquellos con quienes interactuamos.
Redacción/El Nacional